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Se van a vivir juntas.
Chistoso, pero muuuuuuy real.
Por alguna razón que desconozco, mi casa es una pasarela sobre la cual desfila gente constantemente. Afortunadamente es raro el día que alguien no se aparece por esos rumbos a tomarse una cerveza. Así estábamos el miércoles Mayela, Alesita y yo platicando de lo apestosa que es la vida, la dificultad para encontrar mujeres merecedoras de nuestro amor -¡ja!- y lo complicadas que llegan a ser en ocasiones las amistades, entre otras tantas cosas. Sin más, sin pensarlo, me salió una maldición de la boca.
- ¡Que se muera toda la gente feliz! - Lía
- ¡Sí, que se mueran! – Mayela
- ¡Por mí, que le vaya mal a todo el mundo! – Lía
- ¡Sí, que sufran todos! - Mayela
Alesita nos veía muy calladita nomás riéndose de nuestras estupideces, hasta que soltó su comentario venenoso y mordaz:
- La verdad que a mí me da mucho gusto cuando las parejas terminan.
Mayela y yo nos volteamos a ver y nos reímos sin parar. Brindamos por su integración a nuestro pequeño club de amargadas en potencia.
Todo esto no tendría ninguna relevancia si no fuera porque ayer mis dos canarios japoneses –muy enamorados ellos y los únicos seres felices de mi humilde hogar- murieron. Mayela llegó de trabajar, salió a la terraza y encontró a la hembra muerta en su jaulita, en menos de dos horas el macho murió también. ¿Será que mi maldición surtió efecto?, ¿eran ellos una pareja feliz y enamorada? Porque me queda muy claro que mi otra pareja de aves –pericos australianos- nomás no se llevan bien, así que nada que ver con que irradiaran la felicidad que los japoneses presumían en todo momento. Además mi maldición estaba dirigida a personas, no a animales. Pero por otro lado no entiendo qué les pudo pasar, no estaban enfermos, comían muy bien, cantaban sin descanso, toda la mañana estaban en la terraza, al aire libre y por las noches dormían dentro de la casa abrigados por una toalla gruesa. ¿Será mi culpa?, ¿yo los maté?, ¿mis maldiciones se materializan?, ¿tengo poderes? ¡Sangre de Cristo! Creo que debo formular muy bien mis peticiones porque se me pueden conceder.
Aunque tal vez lo único que sucede es que no tengo suerte con las aves en ninguna de sus presentaciones. El apodo de Zeta era Zanate –por el tono de su piel- y el apodo de Lulia era Perico –por la forma de su nariz-. Y ahora estoy sin melón y sin sandía. Sin Zanate y sin Perico… sin duda alguna los pajarracos no son lo mío.
“Te amo pero no te soporto”
A cualquiera se le abre el suelo, ¿no?
Fisura, fractura, grieta, pedazos, trozos. Ya nada volverá a embonar.
De pronto el aviso de entrada de Zeta en el mensajero apareció en mi computadora. No entiendo porqué aún no desactivo esa función si no me gusta recibir la notificación de alerta de un nuevo contacto en línea. Mucho menos si se trata de ella. No contengo las ganas de ver la foto de su display sabiendo de antemano el golpe bajo que podría recibir. Aún así, terca como suelo ser, abrí la ventana para ver la imagen detenidamente: rostro femenino ligeramente ladeado, rizos rojos cortos cayendo sobre la frente, piel nacarada, ojos cerrados, sutil sonrisa apenas dibujándose. Linda foto sin duda. Imposible quitar mi mirada de esa mujer. Esa mujer que es hoy quien amanece cada nuevo día con Zeta entre sus brazos, esa mujer que recorre su piel, se divierte entre sus cabellos blancos y negros, se sumerge entre sus piernas… Y en ese momento comenzó la diversión para mi neurosis. Al puro estilo de Yuri torturándome: ¿es ella más que yo? Hora perfecta para clavarme en la textura e iniciar el monólogo de preguntas y respuestas, argumentos y contra-argumentos; dudas y réplicas, todo al mismo tiempo.
¿Porqué a ella si la presume en su msn?, ¿qué tiene ella que no tenga yo, además de ser completamente opuesta a mi?, ¿es ella más guapa?, ¿es más divertida, más inteligente, menos sarcástica e irónica?, ¿le hará más rico el amor?, ¿erizará su piel como lograba yo?, ¿habrán creado un vínculo más fuerte que el de nosotras?, ¿será sólo que ella sí habla francés?, ¿será sólo que ella sí es culta?, ¿será que su cuerpo es más estético que el mío?, ¿su olor será más dulce?, ¿su risa más contagiosa?, ¿amoldarán sus cuerpos con la facilidad que nosotras lo hacíamos?, ¿enroscará sus piernas en las suyas como hacía conmigo?, ¿se mirarán a los ojos perdiéndose en el tiempo como hacíamos nosotras?, ¿será que ya estoy vieja, gorda y fea?, ¿cuándo comenzaron a gustarle las mujeres masculinas?, ¿disfruta ahora que su mujer tenga el cabello corto?, ¿se enfadó de enredar sus dedos entre mi pelo largo?, ¿en qué momento dejó de gustarle el oscuro de mi piel?, ¿llorará de felicidad con ella en el momento sublime? Yo nunca merecí figurar en sus imágenes públicas ¡Verga, verga, verga!
Salgo del mar de dudas hasta que mi nueva pareja de habitación, un gato gris rayado, pequeñito y hermoso se me sube a las piernas ávido de cariños y jugueteos. Automáticamente agarro el control remoto de mi televisión mental, cierro la ventana donde esa mujer pelirroja de ojos cerrados y sonrisa congelada se burla de mí, le cambio de canal a mis pensamientos concentrándome exclusivamente en mi gato, el nuevo objeto de mi deseo.
- Sólo vengo a despedirme Lía.
Su prepotencia y aire de suficiencia me molestaron. Nadie le había pedido que viniera a despedirse. Se veía hermosa, más de lo que siempre es. El cabello bicolor moldeado, una blusa blanca muy femenina –raro en ella- y su encantadora sonrisa que me derrite. Sus ojos ardientes echando chispas, desafiantes e insolentes presumiéndome su actual felicidad.
- Hay que entenderlo Lía, lo nuestro pasó hace ocho años…
En ese instante supe que no era real, que todo era producto de mi mente, ¡estaba soñando! Así que abrí los ojos, me quedé quietecita en mi cama viendo el techo blanco mientras mi corazón estaba de fiesta en un frenético tun-tun-tun-tun-tun. Entendí que aunque sea una experta en el manejo del auto-control no soy ninguna frígida emocional, mis sentimientos me siguen hasta ese lugar donde pueden hacer sus travesuras y sacarme un buen susto…
Ya se volvió a ir. Quería que se fuera de la ciudad, necesitaba respirar aire puro, no cabemos en el mismo territorio, la veo a cada paso que doy, cada paisaje a mi alrededor tiene algo de ella; tantos lugares recorridos juntas, tantos lugares pendientes por conocer, incluso en esos está ahí. Quería que se fuera, pero no quería. Quería que no me buscara, pero sí quería. ¿A quién trato de engañar? Esa pequeña flamita de esperanza que no quiere abandonarme sigue latente recordándome que tal vez algún día, tal vez algún momento, en el instante menos esperado ella llegará y se quedará. Por lo tanto debo conservar mi amor, fomentarlo, mantenerlo, crecerlo y reservarlo sólo para ella, para el día que venga a buscarlo, finalmente es sólo suyo y de nadie más.
No quiero esperarla, no quiero pasar más años anhelando algo improbable según las estadísticas. No quiero esperarla después de sus acciones, de su cobardía para no afrontar las consecuencias que ellas implican. No quiero esperarla, le he regalado mis treintas y ya estoy a sólo tres años de los cuarenta. Ocho años han sido suficientes, no me arrepiento, me enamoré como nunca jamás, como pensé que no existía; me tiré a matar, me transformé en arcilla entre sus manos para que hiciera de mi lo que sus artísticas manos le provocaran. Me convertí en la novia, luego en la esposa, más tarde regresé al nivel anterior, después por muchos años me instalé(ó) en el puesto de amante. Atravesé todas las facetas: tristeza, enojo, coraje hasta llegar a la comodidad. Esa que no te pide compromiso ni obligación. Era feliz sólo por estar con ella, el estatus era lo de menos. Me acostumbré a ser siempre la constante, pero oculta. Pero cometió un error, uno sólo, tal como los cometen los asesinos en serie dejando su huella y son atrapados. Me prometió lo que no era necesario, lo que nadie le había pedido: formalidad. Insisto, no era necesario, de cualquier manera ella tendría las puertas de mi casa –y mis piernas- abiertas. Podía entrar, salir, regresar, partir; todo ello sin complicaciones, sin cuestionamientos y siempre rodeada de mi infinito amor. Se volvió loca, creyó que ya podía establecerse, se asustó y se fue.
La lavadora funcionaba lentamente mientras nosotras estábamos sentadas frente a frente, cada una con su vaso jaibolero y su cigarro entre las manos. Fui yo quien inicié la conversación:
- No estoy cómoda con nuestra situación, Zeta. No recibo de ti lo que para mi es importante
- Ya lo sé Lía. No estoy dando lo que tú necesitas, me siento sofocada.
- ¿Y bien?
- No me nace buscarte, no me nace hablarte, no se me antoja mandarte un mensaje al celular, no pienso en ti en el transcurso del día.
Algunas pequeñas gotas de lluvia caían suavemente sobre el techo protector que cubre la mitad de la terraza y resbalaban hasta caer directamente en mi rodilla. Mis ojos fijos en esa mancha de agua cada vez más grande sobre mi pantalón. Mi cerebro mandando inmediatamente la orden para que mi coraza protectora del corazón saliera a resguardarme de semejante comentario. Así que continué:
- Pues ante eso no puedo hacer nada. Sólo no entiendo para qué haberme pedido regresar contigo con el título de novia.
- Es que sí quería… lo intenté Lía, lo intenté.
- ¿Intentaste qué?
- Que esto funcionara, me ha costado mucho trabajo, he hecho grandes esfuerzos.
- Está bien Zeta.
Otro silencio inmenso de mi parte, no quería escupir todo mi sarcasmo cuestionándole cuándo, cómo y dónde había efectuado tales intentos que yo nunca vi. Entonces me sacó de mi letargo mental:
- Sólo quiero que sepas una cosa Lía, tú eres la única constante de mi vida. Eres pilar de mi existencia, te necesito cerca de mí siempre. Pero necesito encontrarme, resolver asuntos viejos de mi historia, descubrir qué quiero realmente; luchar con mi miedo al compromiso. Sé que puedo nunca decidirme por una relación seria, pero sí sé que te amo y que si llega el día en que pueda establecerme, sé que sólo podría ser contigo.
No tuve nada que decir, me quedé pasmada, ida, ausente. No sabía sí era un privilegio o una mentada de madre ser el amor de su vida. La despedí, la abracé, le di un último beso en la mejilla, me dijo bajito en el oído que me ama mientras me estrechaba fuerte a su pecho. Le sonreí en sustitución de la ausencia de palabras. Dio tres pasos cruzando el estacionamiento, se volteó, regresó y mirándome a los ojos me dijo:
- El festival de Tapalpa termina en dos semanas, regresando te busco.
- Está bien, cuídate.
El Festival de la Luna terminó hace tres semanas, nunca me llamó, nunca vino a buscarme. Ahora está en camino a la Ciudad de México rumbo a los brazos de su nueva mujer.
Me duele tanto que mejor no me duele. Ya ni siento nada. Sólo tengo un infinito cansancio, harta gana de meterme a la cama, esconderme debajo de mi permanente edredón, cerrar los ojos y no pensar en nada. Salir de ahí cuando por fin no tenga más nada que sentir nunca más.
Mi fortaleza me agota, mi control sobre mis emociones me desgasta, me convierto día a día en una persona más fría, menos vulnerable, menos romántica y siempre muy cansada.
Se me rompieron los sueños. Me rompió los sueños.
Recibí un montón de llamadas y de mensajes de texto en el celular por mi cumpleaños. Harta gente se acordó de mí. Pero la que quería que me llamara – o sea Zeta- no daba señales de vida, aunque tampoco entendía bien para qué quería que me llamara si además no pensaba contestarle. Me imagino que anhelaba maquiavélicamente disfrutar la escenita donde ella marca mi número, suena, suena y suena hasta llegar a la vocecita esa que dice: su llamada será transferida a buzón, y entonces tendría que insistir una vez más hasta caer en cuenta que la voz al otro lado del teléfono nunca sería la mía, siempre sería la de la grabación. Pero ¡nooo! La vida no me regala ese tipo de detallitos. Así que jódame yo esperando una llamada que –obviamente- nunca llegó. Hasta las 10.27 de la noche timbró el tono avisándome la recepción de un mensaje nuevo, que textualmente decía así: “Espero hayas pasado un bonito cumple, un beso”. No supe qué pensar ni qué sentir. No era la clase de mensaje que esperaba.
“Espero hayas pasado un bonito cumple, un beso”. Desmenucémoslo:
1. ¿quién le dijo que mi cumpleaños ya había terminado como para que ella espere que haya sido bonito?
2. y si así fuera, ¿bonito de dónde?, ¿bonito de dónde?, ¿BONITO DE DÓNDE?
3. ¿qué la hace pensar que puede ser un bonito cumpleaños si me acaba de joder la vida hace menos de un mes?
4. ¿cree acaso que se puede tener un bonito día cuando la mujer deseada está planeando su mudanza con su nueva conquista al DF?
5. ¿de verdad se puede celebrar un bonito cumpleaños sin haberme merecido una explicación de los sucesos acontecidos?
6. ¿y ese forzado beso a mi me sirve de qué?
7. ¿dónde me lo acomodo?
O sea, de ese mensaje a nada, ¡prefiero nada! Con un poco más de vergüenza y sentido común sabría que en este momento mi vida no es bonita por ningún lado, que estoy luchando contra corriente para poder salir de este atolladero en el que estoy sumida gracias a su deshonestidad. Pero, ¡qué bonito detalle de su parte!, mal agradecida yo por no considerar el esfuerzo sobre humano que le habrá costado escribir ocho palabras.
Tengo el ego mancillado.
Estoy a menos de 12 horas de cumplir 37 años y no siento nada extraordinario. Sin embargo sí empiezo a reconocer el cosquilleo aquel que se acercó a mí cuando llegué a la tercera década de mi existencia, aunque aquella vez –cabe señalar- resultó en una crisis tremenda ¡ya tenía 30 años! Se me hacían un mundo de años metidos en una cara y un cuerpo que no aparentaban tal edad. Una sensación similar me visita hoy. 37 años, 37 años, 37 años. La neta sí son un montón, los cuestionamientos internos no se hacen esperar: ¿y qué has hecho de tu vida en estos 37 años Lía?, ¿has logrado una relación estable?, ¿tienes un buen trabajo/ingreso?, ¿tu relación familiar es buena?, ¿ERES FELIZ? ¡chale, cuántas preguntas sin respuestas objetivas!
¡Pero qué importa! Estoy contenta de recibir un año más.
¡Qué sabia la argentinita ésta! Ella es Liliana Felipe, adorada, venerada, inteligente y lesbiana. Toda ella lesbiana. Sin más qué decir.
mala porque no me tocas
mala porque tienes boca
mala cuando te conviene
mala como la mentira, el mal aliento y el estreñimiento
mala como la censura, como rata pelona en la basura
mala como la miseria, como foto de licencia
mala como firma de Santa Anna, como pegarle a la nana
mala como la triquina mala, mala y asesina
mala como las arañas mala y con todas las mañas
mala como el orden, la decencia, como la buena conciencia, mala por donde la miren
mala como una endodoncia, mala como clavo chato
mala como película checa mala como caldo frío
mala como fin de siglo
mala por naturaleza de los pies a la cabeza mala, mala, mala, mala pero ¡qué bonita chingaos!
Letra y voz: Liliana Felipe
¿Qué culpa tengo yo de no hablar francés? Ninguna, salvo el hecho de que no me interese aprenderlo. Apenas y hablo bien mi idioma natural, me esmero por mantener una buena ortografía aunque mi sintaxis y mi semántica no sean las mejores. Pero de inglés y de francés ¡nada de nada! Además nunca pensé que fuera un requisito básico-indispensable para que alguien quisiera establecer una relación romántica-amorosa conmigo. Aunque, bueno, ahora entiendo cuando se dice que las personas deben mantener “intereses comunes” para poder convivir, claro que yo pensaba que eso se refería a que tuviéramos afinidad en gustos tales como el cine, la diversión, la comida, la lectura, ¡no sé!, cosas con las que uno convive rutinariamente.
Pero -¡malas noticias para mí!- resúltase que a mi ex ejemplar femenino sí le interesa que su “pareja” cubra ciertos requisitos básicos-indispensables: hablar dos idiomas además del propio, pertenecer al rollo intelectual-artístico, ser apasionado del teatro –y no como espectador, sino como actor, escritor, productor, director y demás- disfrutar las trasnochadas con una copa de un buen vino tinto, un fondue, una tabla de carnes frías y quesos, mientras algún reconocido cantante francés -obviamente desconocido para mi- suena en la consola. La atracción física, la química sexual, la complicidad de los ojos, no importan, no son relevantes. Tampoco importa el tiempo y el espacio compartido, las atenciones recibidas, el amor desmesurado; ni las lágrimas ni las risas; ni los desvelos, ni los cuidados, ni los besos, ni los abrazos, ni los orgasmos. ¡No importan nada! No importan porque no hablo francés ni se puede programar conmigo un viaje a recorrer la Ciudad Luz –obviamente por mi incapacidad de poderme comunicar-; no importan porque no soy intelectual –aunque sí uso gafas, soy ávida lectora y conozco un poquitín de cine, música y literatura- ni tengo disposición por desvelarme cinco días de la semana en interesantes conversaciones ya que soy sólo una empleadita que se levanta al día siguiente para seguir su horario de oficina previamente establecido; no importan porque no sé distinguir entre un merlot, un cabernet sauvignon ni un carmenère.
Pero, ¿pues qué culpa tengo yo? Ninguna, sólo la de no haber querido aprender para no verla partir.