lunes, 7 de septiembre de 2009

Sin título # 14

.eugenio recuenco.



Sintió la pesadez del calor. “El calor siempre me cansa”, pensó mientras se cuestionaba si eso le pasaría a toda la gente, si todos se sentirían tan agotados físicamente por el calor. Miró a su alrededor observando las reacciones de los demás ante sofocante temperatura y no descubrió nada. Toda la gente tan sonriente, tan autómata, tan ensimismada. Venía de regreso de la carnicería caminando, contando los pasos de distancia desde su último pensamiento hasta su destino.

Se recogió el cabello, ese larguísimo y negro cabello pesado, abundante, rebelde y ondulado. No existía accesorio ideal que sostuviera semejante melena; sin dudar, siempre quedarían algunos divertidos cabellos burlándose de ella mientras intentaba sujetarlo. Hizo lo que tenía que hacer como todos los días. Ni más tarde ni más temprano. Estaba tan aburrida de que su vida pasara de largo sin sentirse útil. Y sin hacer nada para dejar de sentirlo.

También se descubrió enamorada. Ni modo, sí lo estaba y qué. Ni le estorbaba ni le servía. Simplemente existía. Aunque era un pensamiento que procuraba no pensar. Nunca ha sido divertido para nadie estar enamorado sin ser correspondido. Sabía de cierto que nadie tiene la obligación de enamorarse de ella. Las cosas simplemente suceden, la vida es una rueda de la fortuna, no es necesario cuestionar los porqués. “Lo mejor siempre está por venir, lo mejor siempre está por venir” se repetía constantemente. La depresión y el ocio la estaban aniquilando.

Sabía bien lo que quería pero no sabía cómo obtenerlo. Necesitaba sacudirse el cuerpo, la mente, el alma. Aplicar para ella su consejo favorito para el mundo: “sonríe, siempre sonríe”. Estaba harta de que la gente la viera como una mujer sola, triste y en los últimos días, hasta conflictiva. Estaba hastiada de tanto llorar. Esa no era ella.

Como siempre que se sentía insegura se vio en el espejo, ese que nunca la engañaba. Y el reflejo no le mintió: aún eres divertida, aún eres guapa, aún eres joven, date otra oportunidad. Se pidió disculpas por haberse hecho eso a ella misma, por haberse vestido de baja autoestima. Decidió –sólo por el momento- guardar su pensamiento feliz y empezar a construir los verdaderos.

Se soltó el cabello, ese que tanto le molestaba, lo acomodó un poco con sus dedos, se maquilló ligeramente como le gustaba, se brilló los labios, se miró de reojo otra vez en el espejo y ahora sí su reflejo le gritó: ¡re guapa!, tomó su bolsa, abrió la puerta de su casa mientras dejaba una estela de perfume a su paso, se puso los enormes lentes de sol y sonrió.



martes, 1 de septiembre de 2009

Sin título # 13


.google.

Hoy he estado “enSabinada”, todo el día escuchando canción tras canción, cada una de ellas con algún pedazo que se ajusta a mi situación actual; algunas haciéndome anegar los ojos y otras que inevitablemente me hacen rodar lágrimas. Efectivamente como dice él: “Llueve sobre mojado”.

Parece que lo que llamamos malo se presenta en abundancia, evento tras evento, de mayor o menor importancia, pero todos negativos. Lo importante sería tener la cabeza bien puesta, respirar profundo y aprender de esas experiencias nada gratas. Tengo miedo que mi corazón se convierta en la Caja de Pandora, renegando de lo que no tengo y creo merecer, sin –además- quedar en ella, ningún sentimiento positivo. ¡Vaya! Mi cajita de Pandora sería versión moderna: pura maldad y cero bondad.

¿Quién soy yo para decidir lo que me corresponde y lo que no? Seguro que –como dice mi mamá- el Señor me tiene reservado algo especial, pero aún no es mi tiempo. Pero entonces, ¿cuándo será? Y al mismo tiempo me pregunto cómo me atrevo a cuestionar sus designios. Soy una muy mala creyente, me responsabilizo y me siento culpable.

Pero sin duda todo se acomoda a su tiempo, ya sea por Él o por el destino o por la alineación de los planetas o por lo que sea. Llega “el debido momento”. Ayer por la noche, sin planearlo, sin ser mi intención, recibí una llamada haciéndome una invitación: ir a misa. Mi primera reacción fue la negación inmediata. “Dios y yo tenemos una relación personal, no necesito ir a misa”, fue lo que pensé aunque no lo externé. Tras dos segundos, acepté. ¡Y cuán reparador fue! Tengo un absoluto miedo –y este es el único espacio donde lo voy a reconocer- de que mi corazón alegre se llene de rencores, de soberbias, de altanerías, de prepotencias.

Hoy me levanté con dudas sobre mi experiencia religiosa, creí que la vulnerabilidad de los últimos acontecimientos de mi vida me había sensibilizado de más. Así que decidí intentarlo una vez más. Volví a misa. Me quebré y me desbaraté. Lloré sin vergüenza, sin temor de ser juzgada, externé mis más íntimos secretos, mis mayores culpabilidades, mis cargos de conciencia, la estupidez de mi pensamiento feliz, la angustia de mi soledad, la impotencia de mis problemas sin resolver.

Esto –sin duda- no me convertirá en una fanática. Pero qué maravilla sentirse tan protegida.