jueves, 6 de noviembre de 2008

Otra vez

corbis

Ya se volvió a ir. Quería que se fuera de la ciudad, necesitaba respirar aire puro, no cabemos en el mismo territorio, la veo a cada paso que doy, cada paisaje a mi alrededor tiene algo de ella; tantos lugares recorridos juntas, tantos lugares pendientes por conocer, incluso en esos está ahí. Quería que se fuera, pero no quería. Quería que no me buscara, pero sí quería. ¿A quién trato de engañar? Esa pequeña flamita de esperanza que no quiere abandonarme sigue latente recordándome que tal vez algún día, tal vez algún momento, en el instante menos esperado ella llegará y se quedará. Por lo tanto debo conservar mi amor, fomentarlo, mantenerlo, crecerlo y reservarlo sólo para ella, para el día que venga a buscarlo, finalmente es sólo suyo y de nadie más.
No quiero esperarla, no quiero pasar más años anhelando algo improbable según las estadísticas. No quiero esperarla después de sus acciones, de su cobardía para no afrontar las consecuencias que ellas implican. No quiero esperarla, le he regalado mis treintas y ya estoy a sólo tres años de los cuarenta. Ocho años han sido suficientes, no me arrepiento, me enamoré como nunca jamás, como pensé que no existía; me tiré a matar, me transformé en arcilla entre sus manos para que hiciera de mi lo que sus artísticas manos le provocaran. Me convertí en la novia, luego en la esposa, más tarde regresé al nivel anterior, después por muchos años me instalé(ó) en el puesto de amante. Atravesé todas las facetas: tristeza, enojo, coraje hasta llegar a la comodidad. Esa que no te pide compromiso ni obligación. Era feliz sólo por estar con ella, el estatus era lo de menos. Me acostumbré a ser siempre la constante, pero oculta. Pero cometió un error, uno sólo, tal como los cometen los asesinos en serie dejando su huella y son atrapados. Me prometió lo que no era necesario, lo que nadie le había pedido: formalidad. Insisto, no era necesario, de cualquier manera ella tendría las puertas de mi casa –y mis piernas- abiertas. Podía entrar, salir, regresar, partir; todo ello sin complicaciones, sin cuestionamientos y siempre rodeada de mi infinito amor. Se volvió loca, creyó que ya podía establecerse, se asustó y se fue.

La lavadora funcionaba lentamente mientras nosotras estábamos sentadas frente a frente, cada una con su vaso jaibolero y su cigarro entre las manos. Fui yo quien inicié la conversación:

- No estoy cómoda con nuestra situación, Zeta. No recibo de ti lo que para mi es importante
- Ya lo sé Lía. No estoy dando lo que tú necesitas, me siento sofocada.
- ¿Y bien?
- No me nace buscarte, no me nace hablarte, no se me antoja mandarte un mensaje al celular, no pienso en ti en el transcurso del día.

Algunas pequeñas gotas de lluvia caían suavemente sobre el techo protector que cubre la mitad de la terraza y resbalaban hasta caer directamente en mi rodilla. Mis ojos fijos en esa mancha de agua cada vez más grande sobre mi pantalón. Mi cerebro mandando inmediatamente la orden para que mi coraza protectora del corazón saliera a resguardarme de semejante comentario. Así que continué:

- Pues ante eso no puedo hacer nada. Sólo no entiendo para qué haberme pedido regresar contigo con el título de novia.
- Es que sí quería… lo intenté Lía, lo intenté.
- ¿Intentaste qué?
- Que esto funcionara, me ha costado mucho trabajo, he hecho grandes esfuerzos.
- Está bien Zeta.

Otro silencio inmenso de mi parte, no quería escupir todo mi sarcasmo cuestionándole cuándo, cómo y dónde había efectuado tales intentos que yo nunca vi. Entonces me sacó de mi letargo mental:

- Sólo quiero que sepas una cosa Lía, tú eres la única constante de mi vida. Eres pilar de mi existencia, te necesito cerca de mí siempre. Pero necesito encontrarme, resolver asuntos viejos de mi historia, descubrir qué quiero realmente; luchar con mi miedo al compromiso. Sé que puedo nunca decidirme por una relación seria, pero sí sé que te amo y que si llega el día en que pueda establecerme, sé que sólo podría ser contigo.

No tuve nada que decir, me quedé pasmada, ida, ausente. No sabía sí era un privilegio o una mentada de madre ser el amor de su vida. La despedí, la abracé, le di un último beso en la mejilla, me dijo bajito en el oído que me ama mientras me estrechaba fuerte a su pecho. Le sonreí en sustitución de la ausencia de palabras. Dio tres pasos cruzando el estacionamiento, se volteó, regresó y mirándome a los ojos me dijo:

- El festival de Tapalpa termina en dos semanas, regresando te busco.
- Está bien, cuídate.

El Festival de la Luna terminó hace tres semanas, nunca me llamó, nunca vino a buscarme. Ahora está en camino a la Ciudad de México rumbo a los brazos de su nueva mujer.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

ayer tuve una platica telefonica... parecida con mi novia, reconocio que no podia controlar y conciliar familia-trabajo-pareja, hablamos un poco, lloramos otro poco y quedo en hablarme por la noche. Cerca de la una de la mañana sono el telefono, comence a contarle algo importante que habia pasado y le pregunte como habia terminado su dia, escuche un silencio que se prolongo un par de minutos, despues escuche una respiracion acompasada... se quedo dormida...

Lia dijo...

hola anónimo,

tal vez el desgaste, la confusión y todo su desmadrito emocional terminaron por agotarla y se quedó dormida.. aunque tampoco es nada gracioso. Eso me recuerda mi historia con una mujer que le gustaba llamarme cuando se le habían pasado los tragos y al escucharme se arrullaba y se quedaba profundamente dormida en el teléfono.

Anónimo dijo...

otra vez.. y cuántas más pasaran hasta que se decida?
hijole :(

ahahaha, que onda con sus llámadas de teléfono .p