lunes, 3 de noviembre de 2008

Maldita realidad

corbis
Miranda no pudo evitarlo. Después de muchas negativas, dijo sí. Ese sí que la llevaría al reencuentro con la piel añorada. Se lavó la cara esperando que el rojo de sus mejillas disminuyera y Mariana no detectara su nerviosismo, sus ganas, su mentira. Le sonrió, le dio un beso y le contó de la excelente oportunidad laboral que se le presentaba, caída del cielo y de la cual- seguramente- podrían sacar provecho para liquidar añejas deudas.

Lucía estaba feliz, sus esfuerzos se vieron recompensados, planeó durante tres meses día a día y noche a noche cómo convencer a Miranda de estar juntas otra vez, aunque fueran sólo cuatro días, sin reproches ni reclamos, fuera de esa ciudad que les prohibía encontrarse, lejos de ese país en el que se sentían observadas. Sabía perfectamente que sus probabilidades eran escasas; Miranda sufría incluso actualmente su ausencia. Había aprendido a hacer su vida, trabajar, establecerse a base de muchos esfuerzos en una relación con Mariana, pero aún así, en lo más hondo de sus secretos Lucía seguía siendo la mujer que robaba sus suspiros y mojaba su entrepierna.

Cuántos cargos de conciencia la hacían sentir sucia, Miranda no estaba acostumbrada a ser infiel, a sentirse tan puta como la que más, “¡qué miedo perder a Mariana!”, pensaba mientras manejaba en el tráfico enloquecedor de la hora pico en Avenida Insurgentes en la enorme y avasallante Ciudad de México. Pero ambiguamente también sentía que la vida le tenía una deuda pendiente y se la estaba por saldar. ¿Porqué desperdiciar la ocasión de tener entre sus brazos la cintura de Lucía? “No fui yo quien armó el encuentro, no fui yo quien pidió la cita”. Todo se acomodó. “Todo cae por su propio peso, ya me tocaba” se repetía convenciéndose de que si no era lo correcto sí era una cuenta vencida por pagar.

Diez años habían pasado desde la primera vez que rozaron sus labios, ninguna de las dos había podido sacarse esa imagen de la cabeza.

La situación para Lucía tampoco era fácil, sin embargo ella la había elegido así. Prefirió sacrificarse a fin de obtener un nivel socio económico que elevaría su estatus social, el más acariciado de todos sus sueños. Desde siempre supo que el romance estaría en segundo plano en su vida con tal de satisfacer su ambición. El dinero había sido toda su vida su verdadero amor, pero nunca contempló que Miranda se cruzaría en su camino, se enamoraría como jamás lo había hecho y se vería en la disyuntiva de elegir. No lo pensó mucho, se mantuvo auténtica y fiel a sus convicciones: Rocío, mujer acaudalada, madura, con la vida resuelta y dispuesta a cumplir el más pequeño de sus caprichos. ¡Lo que hace un par de buenas tetas! Aun así Lucía no lograba sacarse a Miranda del pensamiento, el dinero no estaba satisfaciendo sus carencias emocionales, no era tarea fácil acostarse con Rocío –el justo precio por la buena vida- y fingir el mejor de los orgasmos mientras en su mente sólo veía siempre el rostro de Miranda.

Cada mañana Miranda se levantaba pensando que su vida era buena, que tenía un buen trabajo, un vínculo cordial con su familia y una relación sólida con Mariana. El auto-convencimiento matutino y rutinario. Había momentos en que se la creía. Hasta que otra vez Lucía volvía a hacerse presente. Lloraba, suplicaba, sollozaba, sus ojos mostraban genuino dolor. “¿Porqué no es capaz de dejar a Rocío si me ama?” pregunta que taladraba a Miranda pero que jamás se atrevería a formular.

Pero esta vez Lucía ganó, logró que Miranda le diera el sí a su petición, harían ese viaje juntas a Argentina, podrían salir libremente a la calle tomadas de la mano, besarse, cogerse, deleitarse y reírse como antes, como cuando eran felices, como cuando pasaban la vida aventurándose. Compró los boletos en diferentes días y por distintas aerolíneas, pagó el boleto de Miranda en efectivo para no dejar rastros ni evidencias, tramitó su licencia internacional para rentar un automóvil y recorrer Buenos Aires hasta llegar a La Patagonia. ¡Cuánta felicidad!

Por primera vez Miranda no reparaba en el denso tráfico de su ciudad, habían pasado dos días desde la confirmación de su viaje juntas, pero aún faltaban cuatro más para sentarse por fin en ese avión que la arrojaría a la felicidad total. Siempre tan temerosa Miranda, siempre tan incrédula, algo le decía que la situación no era real, se escudaba tras sus interminables pensamientos: “No será verdad hasta que esté allá, con Lucía”. Tanto pensó en eso que sólo el timbre de su móvil pudo sacarla de su ensimismamiento, era ella al otro lado de la bocina:

- Hola
- Hola
- ¡Me urgía hablar contigo!
- ¿Qué pasó?

Las dos siempre habían sido así, renuentes y cortantes en sus palabras. Lucía incapaz de demostrar sus sentimientos hasta el momento límite, y Miranda siempre a la defensiva esperando que alguna vez Lucía diera el primer paso a abrir sus emociones.

- Vengo llegando al aeropuerto de Buenos Aires.
- Qué bien, ¿tuviste buen vuelo?
- Sí… pero el verdadero motivo de mi llamada no es ese.

Miranda respiró hondamente y se mantuvo en silencio mientras jugaba ansiosa con su collar al mismo tiempo que el corazón se le disparaba. Sabía bien lo que iba a escuchar.

- ¿Sigues ahí? –preguntaba Lucía con impaciencia.
- Sí.
- Me habló Rocío, el viernes toma un vuelo para reunirse conmigo.

Otro silencio más grande por parte de Miranda.

- ¿Estás ahí? –el tono de Lucía denotaba desesperación.
- Sí. No te preocupes, que la pasen muy bien y que se diviertan.

Colgó el teléfono y en ese momento el caos de la gran ciudad cobró vida ante la mirada de Miranda, el ruido ensordecedor de los cláxones sonando la regresaron a la realidad; sus ojos se nublaron de agua salada que no permitió correr. Se limpió la cara, apretó los dientes, sacudió la cabeza y en la primera luz roja de algún semáforo con una mano estrujó en su pecho el pasaje de avión y con la otra tomó su teléfono celular y marcó un número:

- ¿Mariana? Hola amor, ¿comemos juntas?

1 comentario:

La ninfa vouyerista dijo...

Se de una historia similar... Y por qué ya no está la del teatro?