martes, 14 de octubre de 2008

Ficticia realidad

foto robada de corbis, cleptómana yo

Ayer tuve mi segunda sesión con Carmen, mi terapeuta. La verdad que me fue muy bien, toda ella me viene bien, maneja el humor negro, el sarcasmo y la ironía al mismo nivel que yo, así que la hora de terapia se traduce en hartas risas, chistes y uno que otro putazo en mi fragilísima persona ¡ja!

Hablamos de las ilusiones y los fantasmas. Según Carmen, o más bien, según el empujoncito que me dio, caí en cuenta que mi más grande temor no es perder a Zeta –ya que he estado acostumbrada a estar largos períodos sin ella- sino a perder la ilusión. ¿Cuál ilusión? La de creer que un día mágicamente ella va a cambiar, se va a ajustar a mis necesidades, se desbaratará de amor, atención y detalles hacia mi; por fin crearemos una postal de vida como esas imágenes de las revistas caras, rodeadas de plantas, perros, gatos, canarios, una sala mullida y cálida, una terraza confortable frecuentada por amistades comunes y una gran cocina donde podré saciar mis talentos culinarios. Pero sobre todo, esa ilusión donde ella no tendrá ojos para más mujeres, ser puta dejará de ser su deporte favorito, no será necesario inflar su ego a través de las palabras y curvas de otro puñado de mujeres; mis palabras, halagos, atenciones serán suficientes y seremos felices, tan felices para siempre.
Ese es mi verdadero temor, aterrizarme en la realidad, dejar de vivir en la ilusión, donde tal vez un día me recrimine no haberla esperado más tiempo. Y es en ese preciso momento donde los fantasmas se hacen presentes.

-¿Cuál es el significado de fantasma? –le pregunté a Carmen.
- Es algo que no existe, pero que asusta.

¡Verga! Y según parece yo estoy llena de ellos. Muchos tal vez ni existen, ni son míos, me los he ido apropiando de los adjetivos calificativos con los que la gente me ha ido catalogando; otros tantos los he recogido en el camino nomás por samaritana y altruista. Sin embargo todos ellos me atemorizan, me angustian y me escondo detrás de la realidad.

-¿Has pensado que tal vez la realidad no duela?
-No entiendo, Carmen.
-¿Has pensado alguna vez que la realidad sólo es?
-¿Sólo es qué?
-Sólo es. No tiene que doler, ni ser trágica. Tienes miedo de enfrentar tu realidad y tal vez sea menos dolorosa de lo que piensas. Tus ilusiones y tus fantasmas compiten, nunca ganan y ambos están fuera de tu realidad.

¡Verga, otra vez! Me la he pasado creándome una ficticia realidad –frase que Carmen disfrutó tanto y se rió hasta más no poder hasta declararme loca textualmente-.

Me he comprado y me he vendido mis historias a mi gusto, me acostumbré a colgarme adjetivos calificativos de las apreciaciones que los demás tienen de mí y decidí que era más fácil culparme, recriminarme, regañarme y castigarme. Pero un buen día me sentí agotada, me cansé del lastre del saco de piedritas que arrastro día a día, perdí los poderes de wonder woman y entendí que lo único que quiero es serenidad. No es necesario que el corazón se acelere a mil por hora por su ausencia, no es necesario que me angustie por no recibir su llamada, no es sano que llore noche tras noche esperando su regreso. Crecer y conectarme conmigo misma. Satisfacer mis propias necesidades. Entender, por fin, que nuestro crecimiento emocional es indirectamente proporcional a nuestro amor. Hoy no embonamos. De mañana, no quiero pensar.

1 comentario:

La ninfa vouyerista dijo...

Pues... si, eso del embonaje es realmente un gran problema. A veces siento que nunca se llega a embonar tal cual, sino que somos como esos post it que se adhieren a distintas superficies pero que llega un momento en que se caen.