domingo, 19 de octubre de 2008

No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió

me lo robé de google, sorry.

Claro, no es frase salida de mi inventiva. Agradezco a la vida que existan poetas tan alcance de mi mano para poder -de vez en vez- robarles sus creaciones. En este caso Joaquín Sabina me hace sentir que me volteó a ver, miró en mis ojos mi infinita y permanente desolación y decidió escribir una canción en honor a mí. ¡Qué suerte la mía!

Una noche me preguntó Abdel:

-¿Cuántas veces ha regresado Zeta a tu vida?

Me quedé pensando, alcé los ojos al techo mientras me bebía unos helados tragos de su caguama.

-Ninguna. Porque para regresar tienes que haberte ido una vez. Nada más una. Y si te vas, te vas y ya no vuelves. Así que Zeta nunca se ha ido y nunca ha regresado.

Está pero no está, es constante y no variable, pero no es presencial. Revuelvo mis pensamientos, me perdí en los recuerdos, o en los que creo que lo son; ya no sé bien si son reales o yo lo inventé. Me paso las horas pensando, ya no sufro, ya no lloro, ya no me angustio, ya no me quita el sueño, sin embargo no puedo dejar de pensar. Y añorar, añorar lo que nunca jamás sucedió: mi cuento de hadas en el que por fin ella decide quedarse, en donde por fin ella descubre que este es el lugar al que pertenece y por elección propia se estaciona y por fin echa raíces. Mi postal de vida, juntas compartiendo espacio, la cama y el tiempo. Juntas reconciliándonos con el pasado y forjando el camino para la dura convivencia diaria.

Pero no, eso no sucede, se asemeja en ocasiones, se me hincha el corazón de creer que esta vez sí será posible, pero no, al final la vida se vuelve a reír de mí señalándome con su dedo burlón, diciéndome que no, que ella no es para mí.

Y bien, entonces ¿Para qué sirve el coeficiente intelectual?, ¿acaso sólo para cultivarnos?, ¿para adquirir conocimientos generales de la vida y la historia que nos permitan establecer conversaciones interesantes con los demás?, ¿para qué sirve una licenciatura, una maestría, dominar dos idiomas además del natural, recorrer parte del mundo?, ¿en qué momento esos conocimientos crean un vínculo con las emociones?, ¡lástima caray! No existe instrucción académica forzosa –como las matemáticas, el español, la historia universal- para aprender a manejar con congruencia las emociones. Entonces, a + b = c, es decir, de nada sirve ser un erudito si no somos capaces de establecer relaciones –valga la redundancia- estables.

Y así me pasa con Zeta: toda ella tan culta, tan viajada, tan leída, hablando inglés y cantando en francés; con una impresionante comprensión de cuánto tópico se le cruce en frente, conocedora de la buena música, la buena comida, los buenos autores; rodeada de personajes maravillosos, todos ellos llenos de arte, conocimiento –que no sabiduría, cabe señalar- y siempre manteniendo conversaciones adultas tras una copa de vino tinto, con un tango de fondo. ¡Qué bonito todo! Pero ¿y el amor? Guardado, me imagino. No practicado. Y me quiebro una y otra vez la cabeza pensando: ¿y lo único que sabe hacer es huir ante la primera diferencia? ¡No me mames la corneta!, ¿dónde están todos los conocimientos adquiridos?, ¿para qué sirven? Para nada, para sentarme a escuchar la letra de Joaquín Sabina en voz de Adriana Varela, mientras me fumo 27 cigarros seguidos y me bebo unos pocos jaiboles.

Sentados en corro merendábamos, besos y porros
Y las horas pasaban deprisa entre el humo y la risa.
Te morías por volver con la frente marchita cantaba Gardel
Y entre citas de Borges Evita bailaba con Freud,
Ya llovió desde aquel chaparrón hasta hoy.

Iba cada domingo a tu puesto del rastro a comprarte
Carricoches de miga de pan, soldaditos de lata.
Con agüita de el mar andaluz quise yo enamorarte
Pero tú no querías más amor que el de río de la plata.

Duró la tormenta hasta entrados los años ochenta
Luego el sol fue secando la ropa de la vieja Europa.
No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió
Mándame una postal de San Telmo, adiós cuídate
Y sonó entre tú y yo el silbato del tren.

Iba cada domingo a tu puesto del rastro a comprarte
Monigotes de miga de pan, caballitos de lata.
Con agüita del mar andaluz quise yo enamorarte
Pero tú no querías más amor que el de río de la plata.

Aquellas banderas de la patria de la primavera
A decirme que existe el olvido esta noche han venido
Te sentaba tan bien, esa boina calada al estilo del Ché
Buenos Aires es como contabas, hoy fui a pasear
Y al llegar a la Plaza de Mayo me dio por llorar
Y me puse a gritar ¿dónde estás?

Y no volví más a tu puesto del rastro a comprarte
Corazones de miga de pan, sombreritos de lata.
Y ya nadie me escribe diciendo no consigo olvidarte
Ojalá que estuvieras conmigo en el río de la plata
Y no volví más a tu puesto del rastro a comprarte
Corazones de miga de pan, sombreritos de lata.

Con la frente marchita. Voz:Adriana Varela. Letra: Joaquín Sabina


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