jueves, 23 de octubre de 2008

Oui oui mademoiselle

corbis

¿Qué culpa tengo yo de no hablar francés? Ninguna, salvo el hecho de que no me interese aprenderlo. Apenas y hablo bien mi idioma natural, me esmero por mantener una buena ortografía aunque mi sintaxis y mi semántica no sean las mejores. Pero de inglés y de francés ¡nada de nada! Además nunca pensé que fuera un requisito básico-indispensable para que alguien quisiera establecer una relación romántica-amorosa conmigo. Aunque, bueno, ahora entiendo cuando se dice que las personas deben mantener “intereses comunes” para poder convivir, claro que yo pensaba que eso se refería a que tuviéramos afinidad en gustos tales como el cine, la diversión, la comida, la lectura, ¡no sé!, cosas con las que uno convive rutinariamente.


Pero -¡malas noticias para mí!- resúltase que a mi ex ejemplar femenino sí le interesa que su “pareja” cubra ciertos requisitos básicos-indispensables: hablar dos idiomas además del propio, pertenecer al rollo intelectual-artístico, ser apasionado del teatro –y no como espectador, sino como actor, escritor, productor, director y demás- disfrutar las trasnochadas con una copa de un buen vino tinto, un fondue, una tabla de carnes frías y quesos, mientras algún reconocido cantante francés -obviamente desconocido para mi- suena en la consola. La atracción física, la química sexual, la complicidad de los ojos, no importan, no son relevantes. Tampoco importa el tiempo y el espacio compartido, las atenciones recibidas, el amor desmesurado; ni las lágrimas ni las risas; ni los desvelos, ni los cuidados, ni los besos, ni los abrazos, ni los orgasmos. ¡No importan nada! No importan porque no hablo francés ni se puede programar conmigo un viaje a recorrer la Ciudad Luz –obviamente por mi incapacidad de poderme comunicar-; no importan porque no soy intelectual –aunque sí uso gafas, soy ávida lectora y conozco un poquitín de cine, música y literatura- ni tengo disposición por desvelarme cinco días de la semana en interesantes conversaciones ya que soy sólo una empleadita que se levanta al día siguiente para seguir su horario de oficina previamente establecido; no importan porque no sé distinguir entre un merlot, un cabernet sauvignon ni un carmenère.


Pero, ¿pues qué culpa tengo yo? Ninguna, sólo la de no haber querido aprender para no verla partir.


1 comentario:

La ninfa vouyerista dijo...

Chale, no se que decir, ahora resulta que mi fortaleza se cae cuando llego a mi hogar y encuentro un gato lloroso y una casa en silencio... y sabiendo que es lo mejor no puedo evitar llorar cual magdalena.