lunes, 13 de octubre de 2008

Las capacidades según Carolina ó por mi culpa, por mi culpa, por mi grande culpa…

El Grito, Edvard Munch


El viernes pasado me contactó Karlísima para invitarme unos tragos, y como es normal en mí, mi primera respuesta fue ¡no! hasta que ella decidió que no era invitación sino decreto.

Cabe señalar que no me gusta manejar, así que casi siempre una de mis amabilísimas amistades se desvía uno poco de su camino para pasar por mí. El viernes le tocó a Carolina. Carolina es una mujer guapa, atractiva, andrógina, rubita natural de ojos de aceituna, exuberante, frondosa. Todo un ejemplar a la belleza lésbica.
Pero Carolina está loca, como estamos locas todas. Pero ella está más. Además es cínica, magnética y puta. Tan puta como todas, pero ella más. ¡Los dolores de cabeza que le hace padecer a su novia!, ¡Dios bendito!, pero bueno, ese sería otro post.

Nos enfilamos sobre Avenida Hidalgo, las calles de asfalto húmedas por la reciente llovizna, yo en el asiento trasero, platicando con las dos: Carolina y Abdel, ambas dirigiéndose a mí y yo haciendo como que no noto la tensión que se respira en el ambiente del pequeño Atos blanco con publicidad –de no sé qué- mientras una extraña música que no conozco suena por encima de mi voz.

La cantina nos recibe abriéndonos las puertas de par en par, aunque malamente no alcanzamos área de fumar. Una cerveza, dos cervezas y llega Karlísima con su mini-novia y un séquito de mujeres desconocidas por mí. Pero ni modo, me hace falta nicotina y la siempre atenta y caballerosa Carolina me acompaña a fumar. Nos acomodamos en una pequeña mesita, cinco metros retirada de la nuestra, y mientras un mariachi le entona “las mañanitas” a un desconocido, Carolina me prende el cigarro.
Me encanta su cinismo y el brillo que explota de sus ojos. Entre un sorbo y otro la cuestiono sobre cuál es la más reciente putería que ha provocado que Abdel esté molesta en este momento con ella.

- ¿Ahora qué hiciste Carolina?
- Nada Lía, sólo me fui de fiesta, pero llegué a las 7 de la mañana –me lo dice mientras sonríe maquiavélicamente-.
- ¡Pues tiene toda la razón para estar molesta!
- Pues sí y no, ella ya sabe cómo soy y dónde estoy.
- Esa no es justificación Carolina, eso es abuso.

Se queda pensativa, dos bocanadas de humo, voltea, me analiza con el verde de su mirar y me dice:

- Es cuestión de capacidades, Lía.
- ¿O sea, cómo?
- Sí, sí, ustedes son mujeres con capacidades distintas a las nuestras.
- Sigo sin entenderte Carolina.
- Mira Lía, Zeta y yo somos mujeres libres, que hacemos lo que nos gusta hacer y ustedes son mujeres con capacidades para tolerar y lidiar con eso.

Me quedé pasmada, el estruendo del mariachi dejó de molestarme, las risas ahogadas y lejanas de las otras mesas se silenciaron –o al menos en mi mente- y me di cuenta que Carolina tenía toda la razón.
Adivina mi pensamiento y prosigue:

- Sí Lía, entiende, todo es cuestión de capacidad. Cada quien aguanta lo que quiere y puede, ahí radica la capacidad.
- ¿Y si fuera ella quien te aplica el mismo juego que juegas?
- No, eso no sucedería, no es opción.
- ¿Cómo que no?
- Yo no soy capaz de tolerar que ella hiciera esto… son capacidades Lía, entiende.

Intento meterme en sus pensamientos, la reto con mi mirada y ella sonríe, cínica y seductoramente.

- Eres una descarada, Carolina.
- ¡No lo soy, Lía!, simplemente ni siquiera podría enamorarme de una mujer que haga las cosas que yo hago. Ni siquiera la voltearía a ver.
- ¡Eres una abusiva!

Se ríe y se sabe guapa. Yo sé que ella lo sabe.

Se consumen nuestros cigarros, regresamos a la mesa a convivir con la variedad de mujeres que ahí están. Más tarde regreso a mi casa, me preparo un “jaibol” en mi soledad para que me de sueño y para meditar sobre la peculiar charla con Carolina. Un vaso me lleva al otro, cuando me siento mareada descubro que son las cuatro de la mañana, me fumé 12 cigarros y me tomé media botella de JB. Callo la voz de Liliana Felipe que sale de las bocinas, quedándome solamente con la mía que retumba en mi cabeza repitiendo dos nombres: Carolina, Zeta, Zeta, Carolina.

Intento no pensar, no volver a vivir esas historias, son muchas, son tantas. Pero no puedo y se me viene a la mente un viejo recuerdo con Zeta:

Estoy molesta conmigo, con la debilidad que tu presencia me provoca. No eres culpable, ni responsable, mea culpa.
¿Porqué no puedo decirte que no?, ¿porqué no puedes pedirme las cosas como son?, ¿porqué tiene que ser todo tan disfrazado?
A las diez de las noche yo medio borracha, saliendo de un arrabal de esos de mala muerte que me encantan. Con unas ganas inmensas de verte, sin noticias tuyas, echándole un ojo cada tres minutos al teléfono celular a ver si llamas: nada. Seguro divirtiéndote como te gusta, y yo no entro en tus pensamientos. Ya en mi cama me atrevo a mandarte un mensaje de texto diciéndote: “¡cómo pienso en ti!” Tu respuesta tan seca como siempre: “gracias nena, te quiero”. Cierro los ojos y me quedo dormida con mis venas llenas de alcohol y de coraje.

De pronto, dos horas después, suena mi móvil: tú. Que estás en el Primer Piso, que estás pensando en mí, que me quieres. Se escucha el piano, el ruido de la gente, se dibuja en mi mente un buen ambiente. Seguro no anda María por ahí. En cuanto aparece cambias tu tono: “bueno, un beso, adiós”. Me quedo encabronada, tan encabronada como estoy ahora. Doy vueltas por la cama, no puedo ya dormir, ¡y tan a gusto que estaba dormida, chingada madre! Te miento la madre en mis pensamientos, ¿para qué me inquietas? me remuevo en la cama como baboso con sal, me levanto, rebusco en mi bolsa hasta que las encuentro: las gotas del sueño feliz, mis mejores amigas en estos últimos días. Drogarme se ha vuelto un buen hábito. Y así estoy, esperando que el fármaco haga efecto, que me venza el cansancio, que se me cruce con la cerveza y caiga en un sueño profundo. ¡Por Dios ya quiero dormir! Pertenezco al gremio de los asalariados y tengo un horario de oficina que cumplir. Además debería estar con la mente en otro lado, acabo de terminar hace cincuenta días una relación de dos años con alguien más y debería ser ella quien ocupe mis pensamientos y hasta las mentadas de madre, no tú.

Otra vez suena el celular, ya no hay ruido, estás en el baño del bar -casi te puedo ver-aprovechando el momento para llamarme y que nadie –o sea, María- se de cuenta. Que quieres verme, que quieres cariño, que quieres dormir conmigo. Y yo no sé decir no. A ti menos que a ninguna:

- ¿A que hora vienes?
- No sé, cuando salga de aquí.

“Qué huevos”, pienso yo mientras termina la llamada. Me hago bolita en mi cama, me recrimino por aceptarte cada vez que tú quieres, pero no puedo negarme, no puedo. Y además no quiero. Otra hora, la droga me marea, entro en sopor. Suena por tercera vez mi celular. Que ya vienes, que estás en Marsella y Vallarta. “Ok, voy abriéndote, marca cuando estés afuera para abrirte la reja” es lo único que atino a decir. Me levanto con calma, busco las llaves sin prisa, empiezo a abrir el cerrojo del piso y el de la puerta. Y veo tu silueta llegar a través de la cortina de la sala. No pasó ni un minuto, viniste volando.

Entras en silencio, sonriendo pícaramente, como una sombra te metes al baño, te aseas, luego entro yo, voy por agua, regreso a ofrecerte una camiseta y tú ya estas metida, semi desnuda, en mi cama. Me haces señas presurosas de que ya me acueste. Apenas lo hago y ya estas encima de mi, metiéndome la lengua -sabor a vino tinto- en la boca, jadeante, besándome con esa prisa salida de no sé dónde. Estás caliente, hirviendo -literalmente- quieres sexo, quieres atascarte de mí, dices. No sabes por dónde empezar, lo quieres todo y todo al mismo tiempo. Tocarme, que te toque, que te chupe, que te coja, que me cojas. Estas encabronada, te quieres venir, quieres sentir, y tienes no sé cuántas copas encima. No sé si bendecir al vino tinto por hacerte venir a mí u odiarlo por alejarte de mí para disfrutarlo siempre con María. Y María no tiene la culpa de nada.

Complazco tus deseos. Estas tan cansada. Logro acostarte y hacerte dormir, me acuesto en tu pecho, acaricio tu cabello de luna, me abrazo a tu cuerpo como si fuera una extensión del mío. Son las cuatro de la mañana. Estás dormida. Y yo pensando: ¿Cuándo te vas a aplacar y quedarte aquí?

Ya lo sé. Nunca.

Definitivamente Carolina tiene razón, es cuestión de capacidades. ¿Soy incapaz de ser capaz? O ¿soy capaz de ser incapaz?, ¿será acaso que me auto-saboteo y anulo mis capacidades para convertirlas en incapacidades? No lo sé, pero lo que sí sé –de cierto, no lo supongo- es que efectivamente Carolina tiene toda la boca llena de razón: establecer relaciones es cuestión de capacidades.






4 comentarios:

La ninfa vouyerista dijo...

Son las dos de la mañana y no ha vuelto a llegar, tengo los ojos llenos de lágrimas y los mocos atorados en la nariz... Ya me habías dado un adelanto de esto... pero la neta, me doy cuenta que no tengo la capacidad de aguantarlo y que no es sano para mi... Que hago si tengo tanto dinero envuelto en esto? Me da mucho miedo... siento que tengo que aguantar vara hasta que esta situacion se resuelva... ME DUELE TANTO ACEPTAR QUE TENIAS TODA LA RAZON... ESTOY PAGANDO EL SEXO MÁS CARO DE TODA MI PUTA VIDA... :'(

Virginia dijo...

wow, llegue aqui leyendo a la ninfa...

y me he quedado helada con eso de "capacidades distintas"...

pero es tan real ¿sabes?, ... es tan real esa mentalidad egoísta y estupida, que no sabe ver y conservar a una persona genial cuando la tiene al frente...

Hace un rato, curiosamente alguien me dijo, "no hay victimas en esto del amor, hay voluntarios"...

¿ves?, es tan comun esa mentalidad...

genial tu blog...

Saludos,

Virginia

Anónimo dijo...

Madres!
Que fuerte es leer todo esto, como que es la onda ser voluntario en estos tiempos.
Sucks!
Buen blog, escribes muy bien.

Lia dijo...

Hola Tux,

la verdad que me sacaste la risa con eso de que en estos tiempos es la onda eso de ser voluntario; como que está de moda!

Gracias por pasar a visitarme.

Saluditos!

Lía.